Tenía 38 años cuando dejó de botar el balón. Tenía 38 años cuando anotó su última canasta desde una esquina del Juan Ríos Tejera. Tenía 38 años cuando el showtime, el tiempo de la función, se paró bruscamente dando paso a un largo período de duelo y zozobra baloncestística. La cancha se tornó gris, de repente las sombras lo poblaron todo y ni tan siquiera la luz de los focos pudo mitigar tanta oscuridad. Se iba, lo dejaba uno de los más grandes jugadores que ha dado el baloncesto español, un visionario, un adelantado a su tiempo que bregó, y de qué manera, contra los corsés y los férreos fundamentos del momento que le tocó vivir a este grancanario impenitente y universal. Tenía 38 años cuando encerró en un cofre el secreto de su alquimia y lanzó la llave al cielo para quien quisiera recogerla. Como cualquier genio de espíritu mayestático contó con adeptos y detractores, que de todo hubo; pero su mágica incontinencia con el balón entre sus manos sedujo a unos y silenció a los otros. El Luther King primero, luego el Juan Ríos Tejera, y antes el templo blanco y el pabellón Huerta del Rey, genuflexionados ante unas aficiones enloquecidas y atrapadas por su juego irreverente y a la vez señorial.
En la calle Obispo Rabadán, de mi amada Gran Canaria, se asienta el Colegio Claret, el Corazón de María. A medio camino de la plaza de la Feria y de la popular y populosa calle de Triana, una de las arterías que nutren y dan vida a la sin par capital grancanaria. En ese colegio, el de su infancia, el de mi infancia, había, y aún hay una doble cancha; más de la mitad de la misma para jugar al fútbol, y el resto para el baloncesto. Y fue allí donde dio comienzo todo.
Carmelo Cabrera Domínguez se inició en el fútbol, tal vez la inercia le llevó a él. Sus compañeros le llamaban `Pelé’, imagínense si era bueno. Pero pronto dio dos pasos, sólo dos, no necesitan darse más, hacia adelante y entró a la cancha de baloncesto para deleite y disfrute de todos. Carmelo el autodidacta, Carmelo el cismático, el iconoclasta, el heterodoxo, Carmelo el libertario, el sempiterno querubín de la canasta. Él siempre fue diferente; primero desde el Ingreso hasta 4º de Bachiller; allí, en el tríangulo mágico formado por las calles Obispo Rabadán, Tomás Iriarte y Canalejas; y ya luego donde la vida y la canasta le fueron llevando: Real Madrid, Miñón Valladolid y C.B. Canarias; tal vez esta última la aventura más romántica que le tocó vivir. Entre medias de todo 102 veces internacional con España.
Su carrera está aderezada de infinidad de trofeos individuales y colectivos, y junto a ellos, cosidos, enhebrados una ingente cantidad de asistencias a los más reputados jugadores de la época. El “alley oop” en España lo patentaron Carmelo Cabrera y el estratosférico e inolvidable Nathaniel ‘Nate’ Davis, el hombre que olvidó su pasado, a orillas del Pisuerga, en el pabellón Huerta del Rey.
Dejó el Real Madrid con 29 años, el Miñón Valladolid con 31, y con esos mismos 31 llegó a la guarida del Teide, el padre de todos los Menceyes. Allí habitaba el C.B. Canarias, el heredero natural, quien tomó el testigo del histórico Náutico, aquel equipo nauta que allá por los años 60 había dibujado preciosos lienzos en su cubil de la avenida de Anaga.
Carmelo saltó a la cancha del Luther King, gritó “¡freedom!” y comenzó el espectáculo. “Pasen y vean” parecían decir las puertas de acceso al pabellón del colegio lagunero. Allí, en la ciudad de los Adelantados, todo comenzó a ponerse del revés. Carmelo siguió siendo él. Aparecieron, una vez más, los pases hacia atrás sin mirar, los balones lanzados al cielo en busca de Eddie ‘Pistolas’ Phillips, de ‘Manolito’ de las Casas, de Mike Harper,..Sus compañeros alucinaban; un imberbe ‘Salva’ Díez disfrutaba, Germán González, Matías Marrero, el palmero Juan Méndez, el recordado y llorado Richy Bethencourt,.. Sus entrenadores, Pablo Casado, José Carlos Hernández Rizo, el otro ‘zorro plateado’ junto a Aleksandr Gomelki. El público puesto en pie a cada nueva genialidad del ‘7’, el público enfervorecido, bramando, vociferando, aplaudiendo a rabiar, hasta casi despellejarse las manos, al borde del paroxismo, siempre esperando el más difícil todavía. Los rivales abducidos unos y abjurando otros, nadie indiferente, nada descubierto, cada jugada una nueva aventura, un reto diferente; Carmelo siempre atravesó el Rubicón a lomos de su imperecedera e impagable magia. Lo difícil lo hizo arte, y lo más importante, y lo más reseñable, siempre desde el respeto hacia todos lo que durante 20 largas temporadas fueron sus compañeros o rivales.
Para el recuerdo quedan sus enfrentamientos europeos contra la todopoderosa y rocosa Mobilgirgi de Varese de Ossola, Zanatta, Morse, Meneghin. o contra el Macabbi de Tel Aviv de Aroesti, Tal Brodi, Miki Berkovitz, Aulcie Perry; para la memoria y el imaginero popular queda su capacidad de seducción desde la posición de base, siempre controlando el ‘timing’, visualizándolo todo, oteando la otra costa, aquella por donde desembarcarían sus otros alter egos, los continuadores de su poemario personal e intimista, esos poemas de versos libres que sobrados de romanticismo enamoraban y deleitaban a partes iguales. !Oh capitán, mi capitán!
Y vuelta al principio, a los orígenes, a aquellas aulas que compartiste con Orlando Alonso, con Emilio González Miranda `Miloyo’, con Rafael González Valencia, con Alfonso Fuente Lemes, y tantos otros; tus correrías por los pasillos claretianos de la calle Tomás Iriarte ante las miradas incrédulas de los padres Clodoaldo, Mariano,Furones y Serna, entre otros. Preceptores y Coadjuntores, otra época, otro tiempo. Tus apariciones por la plazoleta Perojo a lomos de una Vespa que aún hoy algunos se preguntan de quien era. Tu simpática transformación en cura, sotana y casulla incluidas. Carmelo Cabrera siempre diferente, nunca cometiendo pasos, cercano, agradable, tratable e inimitable.
Y sí, yo jugué con él, junto a él, al baloncesto en aquellos partidillos entre amigos que años atrás disputábamos en el pabellón capitalino de la Vega de San José. Puro placer y puro gozo y cuanta envidia sana desperté entre mis amigos, ¿a qué sí José Ramón?
Diego de Vicente Fuente