27 Jun, 2013

Meditaciones de un periodista

Hace ya muchos años que soñaba con ser un buen periodista. Seguramente porque lo heredé de mi padre y, en parte, por las obligaciones que le vida exige a destiempo, sentí la necesidad de trabajar duro y con seriedad, de tratar el periodismo de investigación como algo natural que fuese creíble.

En la terraza del Hotel Noga Hilton en Ginebra.

En la terraza del Hotel Noga Hilton en Ginebra.

Tuve una experiencia profunda en mis años iniciales, cuando empecé a preguntar cosas que no debía, sobre cuestiones que incomodaban, apuntando a personas que ejercían el poder. Sufrí las consecuencias de aquella osadía de juventud y comenzaron a explicarme que me iría mejor si me portaba bien, entendido aquello como una discreta obediencia. Para suerte o desgracia, mi carácter me llevó a rebelarme y, durante mucho tiempo, intenté desenmascarar a aquellos que pretendían vivir a costa de los demás, que alardeaban de triunfadores mientras escondían el fuego de un brasero suicida bajo los faldones de su mesa camilla.

Confieso que padecí represalias y persecuciones, que me hicieron daño, incluso  destrozaron la radio en la que trabajaba para asesinarme democráticamente en las catacumbas de esta profesión que tanto amo. Y, sin embargo, nunca perdí la esperanza de que volvieran las oportunidades, quizá porque tampoco perdí nunca el apoyo de personas excepcionales, empresarios extraordinarios y amigos insuperables.

Denuncié injusticias que me costaron amistades, publiqué trampas que procedían de los ídolos intocables y conté historias de gentes que se llevaban el dinero a manos llenas. El periodista solo dispone de su conciencia como equipaje, no disfruta de más memoria que la que él mismo atesora y espera que alguna vez le crean, que sepan que siempre dijo la verdad y con buena fe. Personalmente, jamás actué por rencor ni me alegré de los males ajenos. Ni siquiera una sonrisa cómplice se oculta tras las cosas que hoy veo, escucho y leo. Duermo tranquilo y no aguardo a que lleguen arrepentidos los que siempre me dijeron que estaba equivocado.
Antes bien, me basta saber que escribí la verdad. Aquellos que, idolatrados, me machacaron, hoy viven la soledad. Lo lamento de veras.