Las grandes instituciones internacionales del fútbol han decidido acometer ciertas reformas, entre las que destaca últimamente, la regulación de la función o profesión del intermediario. Lo que hasta ahora se conocía vulgarmente como Agente FIFA, aunque sólo era un intermediario con carne de su federación nacional, es una figura controvertida en todos los países, debido básicamente a la falta de transparencia en las comisiones que se reparten en el millonario mercado de los fichajes.
La FIFA ha decidido en su último Comité Ejecutivo, pendiente de aprobación en el próximo Congreso de Sao Paulo, que los intermediario no puedan percibir comisiones por las transferencias de menores. La protección del menor es una de las obsesiones del mayor organismo mundial dentro de la persecución al tráfico de personas. Son muchos ya, desgraciadamente, los chicos africanos que llegan a Europa con una presunta oferta deslumbrante de un gran club y terminan tirados en la calle, convertidos en mendigos para poder subsistir porque, al no pasar las pruebas con un equipo modesto, sus representantes han declinado ocuparse de ellos.
El intermediario que salga reforzado del próximo Congreso de la FIFA deberá resultar una persona, física o jurídica, que goce de transparencia, seriedad y compromiso, sujeto al control documental de asociaciones nacionales, internacionales y confederaciones, además de la propia FIFA. El TSM, sistema de gestión de transferencias en el mundo del fútbol, deberá conocer todos los datos de cada traspaso o fichaje y convertirse en el ojo que todo lo ve del planeta fútbol.
Sin duda, todo ello contribuirá a lavar la denostada imagen del intermediario y evitará a aquellos que merodean por los campos de entrenamiento y ciudades deportivas a la caza y captura del padre de un niño de trece años, prometiéndole que sus hijos serán todos Iniesta, Xavi, Casillas o Valerón.
Si mezclamos en la misma batidora los fondos de inversión, el tráfico de menores, las comisiones opacas y las apuestas a través de Internet, conoceremos el verdadero sabor de la corrupción y, con ello, obtendremos los medios adecuados para erradicarla. Quizá deberíamos acercarnos también a esos concursos de acreedores en los que los jueces de lo mercantil dejan irse de rositas a quienes han arruinado instituciones.