13 Dic, 2010

El guaje

Tiene pinta de actor de “Física o Química”, merecería ser poeta en una canción de Serrat o batería en un concierto de Revólver. Tímido hasta que sube al escenario. Mamó la humildad de la familia minera del gran Mel y sabe lo que cuesta picar el carbón, regatear a la silicosis y llevar los cuartos a casa. Una familia impagable. Lleva la chapa de campeón del mundo como quien para un taxi con el periódico y hace brillar a sus compañeros, como si eludiese el papel principal. Sin embargo, David es imprescindible.

Villa nació en el Sporting, progresó en el Zaragoza, se licenció en el Valencia y se doctoró, a base de talento y clase, entre la Selección y el Barça. En ambos, es el dueño del 7. David pertenece a esa clase de gente que no hace ruido, que no levanta la voz, que mira con cuidado y sonríe por dentro. Villa es un genio, uno de esos chicos que se pone un pantalón corto y convierte la hierba en Hollywood. Cada vez que el balón se cruza en su destino encuentra un final feliz. Técnico, inteligente, rápido, hábil y goleador; oro para nuestro fútbol y un corazón para enmarcar que, además, luce una vida privada ejemplar para los más jóvenes. Es el fichaje más barato de los últimos cien años. Puede jugar en cualquier zona de tres cuartos en adelante, ofrece desmarques constantes, movimientos al límite sobre la raya del fuera de juego, pases de tiralíneas, paredes de ensueño y goles como catedrales. Y sigue teniendo pinta de guaje, de crío, en la lengua de los astures. Villa es un lujo para nuestros ojos, un placer del fútbol. Un regalo.