Confieso que soy hombre de letras y que las matemáticas nunca protagonizaron mi asignatura favorita. Sin embargo, a fuerza de leer los periódicos no queda más remedio que empaparse de una clase de operaciones que resultan excesivamente familiares. En realidad, nos acercan tanto a la realidad que, a veces, terminamos por creer lo que nos dicen y nos ilusionan con una verdad que se convierte, con el análisis riguroso, en la mayor y más detestable de las mentiras.
Un alto ejecutivo me dijo un día que el fútbol es una gran mentira y creo que no tiene razón. Sin embargo, sí le concedo el beneplácito de la duda cuando observo que abundan las falsedades sin que nadie se ruborice. Y, así, nos encontramos con la cruda realidad, con aquella que el papel no soporta, aunque haya quien entienda que lo soporta todo. Las matemáticas que tanto odiaba en el colegio dicen la verdad a pesar de que hayamos inventado expertos en interpretarla a nuestra conveniencia. Yo no me refiero exclusivamente al fútbol o al deporte, sino a la sociedad en general y mi reflexión es empresarial y filosófica, dicho con toda modestia.
Sólo así, con la mal llamada ingeniería financiera o ingeniería empresarial, se pueden dar beneficios cuando hay pérdidas y negar la existencia de unas deudas que muerden el alma de las empresas y las estrangulan hasta hacerlas desaparecer o dejarlas al borde del abismo. Son las mentiras y las trampas, sucias trampas, con las que se engaña a los que somos ignorantes en estas materias. En verdad, hacen trampas, aun jugando al solitario, para conseguir poder, dinero o fama, del mismo modo que, como me contó en su día un preso ilustre, sólo se sale de la cárcel por un botín, una venganza o una mujer.
Unos antes y otros después, todos, terminan por caer. La justicia es tan lenta como segura y no es más rápida porque, seguramente, no la dotamos de los medios que precisa. Si hubiera menos ingeniería financiera, habría menos venganza y menos botín para llevarse. Asistimos a venganzas de todo tipo, políticas, económicas, sociales o personales pero venganzas, al fin y al cabo. Y vemos cómo el botín desaparece dejando agujeros negros de consecuencias incalculables. Por eso, el fútbol no es una gran mentira. Es verdad, eso sí, que deberíamos expulsar cuanto antes a todos los mentirosos, en definitiva tramposos, que se las ingenian con las finanzas para ocultar la realidad. Números verdaderos y no contabilidades de ciencia-ficción.