22 Abr, 2014

Gabo y la pelota

Quizá resultara grato que, durante un instante, guardásemos las plumas en el cajón y las dejáramos reposar del mismo modo que las antiparras del universal escritor de Aracataca descansaban sobre las hojas del manuscrito. El coronel ya tiene quien le escriba. Quizá fuese bueno, quién sabe, dejar pasar las horas entre la reflexión y los recuerdos que a cada uno evocan las cosas sucedidas antes de dedicarse en cuerpo y alma a vivir aquellas que todavía están por ocurrir. Memorias de mis dedos tristes.   ggm

En este tiempo de titanes, uno se siente pequeño ante la magnitud de los acontecimientos, titulados del siglo o del milenio, sucesos que apenas durarán un par de horas mientras son capaces de detener el ritmo constante, rutinario, de los giros del planeta que habitamos. Y esos actos tan importantes lo son tan solo porque explotan su capacidad de producir sentimientos y sensaciones, quizá del mismo color que las hojas amarillas de las novelas que empezaba y dejaba a medio hacer para reescribirlas con los años. Hojarasca.

Sé que, tanto hoy como mañana, se llenarán los pulmones del aire de la noche madrileña, no importa si del sur y a la orilla del río o del norte entre los árboles metálicos de edificios que desafían el futuro; se humedecerán los ojos de aquellos que, sentados seguramente en una de esas tribunas que huelen a Europa, en un silencio imaginario, bajo un arco de leyenda dibujado por el mostacho entrecano del autor de los Buendía, dejen volar una pelota entre los trazos de esa historia que aún está por escribir, aunque vuelvan a transcurrir otros cien años de soledad.