De las derrotas siempre se debe aprender. Perder ayuda a reflexionar, más aún, obliga a pensar sobre las causas y las circunstancias de esa derrota que, a buen seguro, provocó cierta desilusión y tristeza. En primer lugar, conviene aclarar que nos referimos a la derrota de un equipo ganador, al menos en los últimos cinco años, y que ese resultado adverso se produjo ante una Selección que ha ganado cinco veces la Copa del Mundo, y en el mejor estadio de su país. Para exactos, en su estadio natural, el imponente e histórico Maracaná. Un gran país, una gran afición y un gran fútbol.

Si analizamos con frialdad todas las cuestiones que rodearon la competición, el calendario previo, las lesiones, el calor, la humedad, la mala suerte, la suerte ajena, etcétera, seguramente hallaremos disculpas sobradas para pensar que quizá merecimos un mejor resultado. Sin embargo, las excusas no sirven para los equipos grandes. La mejor explicación es que fueron mejores en todo. Es la única excusa.

Brasil es la mejor selección de la historia. A sus cinco Mundiales, hay que sumar la forma de alcanzarlos. Dos de ellos, consecutivos, en Suecia 1958 y en Chile 1962; en realidad, tres de cuatro pues, después de perder el de Inglaterra, ganó el de México de 1970 con el fútbol más brillante y espectacular que se recuerda y con una delantera que cualquier seguidor sabrá de memoria: Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino. La Selección del gran Pelé ganó tres Mundiales de cuatro posibles. Luego, sacó sus mejores armas en 1982, pero no volvió a ganar hasta 1994, llorando en los penaltis ante Italia en Pasadena, y remató con Ronaldo en Japón en 2002.

En estas guerras, las Copas de las Confederaciones no eligen al mejor equipo del mundo, que sigue siendo España. Y esta derrota debe abrir nuestros ojos para ir el próximo año a vencer en Río de Janeiro. Entonces, después de dos Eurocopas y dos Mundiales seguidos, ese último de 2014 en Copacabana, sí nos convertirían en la mejor Selección de todos los tiempos. Con Iniesta por Pelé.