¡Qué fácil es acostumbrarse a lo bueno! El pasado fin de semana deparó un nuevo triplete para el motociclismo español, el tercero en un lustro espectacular que vuelve a mostrar el trabajo bien hecho en la Federación junto con el apoyo de instituciones públicas y el patrocinio privado, pero un éxito que no nos debe llevar ni a la soberbia ni a la desidia de pensar que sea una constante en el tiempo.
La última carrera del año en Moto3 explica por sí misma no solo la temporada que hemos vivido en la categoría, también la emoción, la tensión, el sufrimiento, la ilusión, todo ese cúmulo de emociones que puede llegar a proporcionar este deporte. Alex Márquez se ha hecho con el título pese a haber ganado la mitad de grandes premios que la revelación del año (no solo en la cilindrada), Jack Miller, piloto que puede haber igualado en trabajo y técnica a su máximo oponente, pero que ha carecido de la “elegancia” del catalán, en palabras de Juliá Márquez: alguien deberá hacer comprender al australiano que a más de 200 Km por hora no existen las cargas legales y es excesivamente peligroso intentar sacar una y otra vez a tus contrarios por el interior de las curvas, como sucedió hace quince días en Malasia.
Las KTM han dominado Moto2 en la misma medida en que Tito Rabat lo ha hecho sobre su compañero Mika Kallio. El barcelonés ha sido el mejor en un año en que ha brillado con luz propia Maverick Viñales, haciendo olvidar por completo los problemas que tuvo hace un par de temporadas y mostrando al resto sus cualidades para aspirar a ser piloto oficial de alguna de las fábricas que hoy dominan en MotoGP, cuando finalicen sus contratos los actuales dominadores de la categoría.
La irrupción de Marc Márquez ha terminado por “arruinar” las carreras de MotoGP; si antes los candidatos al título se repartían entre los pilotos de Honda y Yamaha, ahora parecemos abocados a aburrirnos como en los tiempos de Mick Doohan. Dejando aparte al de Cervera, me ha decepcionado profundamente Dani Pedrosa, cuyo final de campeonato ha sido patético en comparación no solo de su compañero de equipo, también al dejarse arrebatar (con toda justicia) un subcampeonato por parte de los dos pilotos de Yamaha, teniendo un máquina muy superior a sus rivales durante prácticamente todo el año y cometiendo errores de principiante, especialmente desde el Gran Premio de Aragón. De todas formas, si queremos que la emoción vuelva a la categoría reina solo tenemos dos caminos: o el resto de las fábricas evolucionan sus máquinas para estar al mismo nivel que las dos grandes marcas niponas, o equipamos equitativamente la parrilla con sus motos: es una pena que año tras año asciendan buenísimos pilotos a MotoGP y a lo máximo que puedan aspirar es a acabar quintos.
En cualquier caso, ojalá el motociclismo español siga disfrutando del ibérico de bellota el próximo año; para volver a la mortadela con aceitunas siempre hay tiempo.