13 Feb, 2020

DIVINAS PALABRAS (Antonio de Armas de la Nuez)

Gran Canaria ya no se despierta igual. Desde el pasado septiembre mi isla, mi tierra llora en recogido y doliente silencio la pérdida de uno de sus hijos, la pérdida de mi hermano Nicolás. Gran Canaria, al igual que mi madre, ya no son las mismas desde entonces. Nada volverá a ser igual. Sólo queda seguir, caminar, recordar, reír, llorar, mirar fotos perdiéndote durante unos instantes en tus oquedades emocionales para luego volver a salir a la superficie y continuar con tu vida y la de los tuyos. Hasta hoy había perdido el gusto y la pasión, sobre todo la pasión, por escribir. Nada me animaba a hacerlo, nada me incitaba a verter sobre esta cuartilla palabras que formasen frases. Nada hasta hoy.  Vuelvo a escribir.

En estos tiempos, donde pasar del afecto al desafecto se ve como normal, en estos tiempos donde filias y fobias viven en perenne confrontación, donde pernoctan en el mismo habitáculo la estulticia y la emponzoñada maldad, es en estos tiempos   donde resulta sumamente difícil y llamativo encontrar a personas dotadas de una sin par virtud: la de la bondad sin límites.

Antonio de Armas de la Nuez forma parte de ese granado elenco de personas que hacen de su vida virtud. Hombre pausado, sereno, orador versado que ha disertado y ha contado la historia y la intrahistoria de la U.D. Las Palmas, el equipo representativo de la isla de Gran Canaria. Poseedor de un léxico profuso que le fluye con una naturalidad innata. Nada deja al azar, todo lo esquematiza y a partir de ahí nos edifica la obra desde abajo, desde los sótanos , desde las catacumbas del saber. Ya no quedan casi lectores de los Clásicos, de los padres de la literatura. Ya no quedan seguidores y mucho menos continuadores de la obra de Clío, la musa de la historia y de la poesía épica. La hidra de las siete cabezas los devoró a todos cercenando toda esperanza de conocimiento y aprendizaje. El nuevo mundo trajo consigo el autismo tecnológico, ese que te muestra a las gentes con la cabezas agachadas sumergidos en su móviles, smartphones o tablets.

Antonio es y representa otra cosa. No es un personaje ignoto y mucho menos no es una persona ajena. Él es parte de forma inexcusable de nuestro acerbo cultural, su amplia y vasta cultura que va desde el conocimiento de los Clásicos, pasando por la señorial literatura inglesa a la que estudió, conoció y tradujo in situ hasta la compilación y difusión a través de la grafía y el verbo de todo lo concerniente al club que le hacen una persona de un valor incalculable dentro de nuestra actual sociedad.

Hace poco recibió de manos del actual Presidente de la Udé, Miguel Ángel Ramírez, la insignia de Oro y Brillantes de la entidad del que es consejero. Merecidísimo galardón a quien desde su más tierna infancia y de la mano de su padre, el reputado médico Valentín de Armas, conoció las entrañas del club amarillo. La inveterada historia de la entidad grancanaria le debe mucho a Antonio y eso pese a quien le pese que siempre hay personajes maledicentes y henchidos de soberbia, tanta que a la hora de pasar revista a sus defectos lo hacen a caballo y no a pie, y que parapetados en sus múltiples miserias intentan horadar a los Cicerones de la historia, a aquellas personas de bien que transitan por la vida sin levantar la voz cuando hablan ni el polvo cuando caminan.

Antonio diserta, declama, exhorta a los ávidos asistentes a sus conferencias. Su voz tenue, envolvente y almibarada seducen y atrapan por igual. Antonio expone, desgrana, hilvana y a través de un bien definido hilo conductor nos adentra en las una y mil historias que aderezan el corazón y el alma de la nave amarilla. Nadie mejor que él para contarnos los aconteceres que se dieron y aún se dan entorno a la Udé. Nadie mejor que él para envolvernos con cientos de anécdotas que por un lado le transmitieron y por el otro las vivió él en primera persona. Nadie como él para coger el micrófono y llévanos en volandas desde el nacimiento del club, fecha coincidente con su venida a este mundo, hasta los albores de nuestros días. Nadie como él.

Los latidos de la Udé no tienen sentido sin el arduo e impagable trabajo de Antonio y los que estuvieron con él. Hubo momentos en las que históricamente esta entidad estuvo infartada. Tuvo que utilizar el desfibrilador para reanimarla y para ello utilizó la cronología y la añoranza que reactivaron al enfermo. Hubo un tiempo en que trofeos, actas, fichas…se apiñaron en el limbo del siempre osado desconocimiento; se tuvo que buscar, compilar, revisar, comprobar que lo que realmente se tenía entre las manos eran las casi tumefactas vísceras de la entidad. Antonio no es médico pero ejerció como tal y pese a su desconocimiento de la profesión en su vertiente académica supo a través de la deontología metafórica ayudar a reanimar al moribundo. No todos lo saben y mucho menos no todos lo valoran en su justa medida.

Atrás queda el tiempo de los partidos en el añorado vetusto recinto de Ciudad Jardín, las excelsas tardes de aquellos equipos que lideraban inolvidables jugadores que perduran y perduraran en el imaginero popular. Atrás quedan los coches sobre las aceras en las zonas anexas al estadio Insular en los días de partido, atrás queda la grada Naciente y la grada de Fedora, la tribuna, las minúsculas e incomodas cabinas de retransmisión, el penalti que falló Felix en una semifinal de Copa del Rey frente al Barcelona, atrás queda subir por la ladera hasta llegar a aquella casa roja que daba cobijo y acomodo a las arenas, sólo se veía medio campo pero aquello unido a la radio era más que suficiente para sentirse dentro del estadio. Atrás queda la antigua sede institucional de Pio XII como antes lo fuera la de la calle Luis Antunez. Atrás queda la fusión de los equipos más representativos de la isla para gestar y parir a la Udé, las reuniones en el Club Náutico, el debut en categoría nacional, las fases de ascenso, la enfermedad y muerte de Guedes, de Tonono, la época de los argentinos, la llegada y marcha de jugadores sudamericanos y nacionales mediocres tirando a malos. Atrás queda eso y mucho más. Ahora toca seguir caminando, construyendo el presente para recibir a un mejor futuro, y en ello debe de seguir perseverando Antonio, nuestro contador de historias, nuestro aedo imperecedero, nuestro poeta isleño. Lástima que la distancia nos separe aunque la literatura y la historia nos una.   

DIEGO DE VICENTE FUENTE