Hace más de veinte años que lo conocí y que tengo la suerte de disfrutar de sus bondades humanas y de sus sabidurías de fútbol. Adorno es, esencia, un sabio. Estamos ante un hombre que maneja los conceptos del balón con claridad y sencillez, con la naturalidad de quien siempre presenta una respuesta adecuada para cada pregunta.
Aprendí muchísimas cosas de él, cuestiones que hacen comprender el fútbol en cuatro trazos, materias que no necesitan explicarse en Stanford o en Harvard para ser entendidas y que hacen transparente el cerebro del juego.
Adorno es un gran maestro. Goza de esa facilidad envidiable que solo está al alcance de los elegidos porque sabe entregar un mensaje organizado y, al tiempo, estético de su concepción del fútbol. Tengo que decir que Miguel Ángel fue un excelente futbolista, que no usaba medias si no eran de seda y, en lugar de botas, llevaba zapatos de bailarín y su camiseta blanca semejaba más a la de un tipo con frack capaz de dirigir a la Sinfónica de Viena en la mañana del Año Nuevo. En torno a él se hicieron más grandes Rep, Diarte y Mario Alberto Kempes y sus pases eran telegramas para el gol.
Y de esa manera de ver el juego y de entender el fútbol, ha sobrevenido un magnífico entrenador y un excelente maestro.
Por eso, me sorprende que no trabaje, que nadie del Valencia le haya dado su sitio, a él, un valencianista confeso, un enamorado de su ciudad y de su tierra, con las que se casó, al igual que con Ana, hasta que la muerte los separe. Adorno es un hombre de palabra, una persona íntegra, un ser humano lleno de valores. Y domina su pasión por el balompié con tanto amor y dedicación que, a buen seguro, es el único profesional que está en todos los campos de futbol de su tierra a todas horas. Y observa. Y ve. Analiza. Desgrana los métodos de cada equipo y de cada compañero. Sigue aprendiendo a pesar de ser un sabio. O, quizá, por eso lo es. Sin embargo, nunca se la ha ofrecido una ocasión para demostrar todo eso que yo cuento. Aquí, aunque no existe la xenofobia, no le favorece ser argentino. Incluso, aunque lleve cuarenta y cinco años en España y tenga todo su equipaje desembolsado en Valencia, da la sensación de que nos es “uno de los nuestros”. Pero lo es.
Es posible, y lamentaría mucho que así fuera, que todas esas virtudes que lo enaltecen como profesional y como persona hayan jugado en su contra. Si el fútbol es limpio, si en el fútbol no reinan los intereses particulares, si los que mandan, en verdad, eligen por lo que valen y no por lo que les cuentan en voz baja, Adorno trabajará. Yo creo en el fútbol y estoy seguro de que su casa, que es el Valencia, dejará de ignorarlo. Si estas líneas sirven para algo, será lo mejor que haya escrito en mi vida.