Comenzaré por afirmar que tenemos una liga maravillosa, un campeonato de belleza extraordinaria y de una competitividad insuperable. No me gusta la definición de liga escocesa porque es absurdo pensar que una guerra desencadenada hasta la última jornada para saber quiénes jugarán Champions o Liga Europa, qué equipos descenderán o subirán, resulte cosa de dos. Quienes así opinan cometen, a mi juicio, una grave falta de respeto hacia el resto de equipos. Ni siquiera el título está claro; exportamos, además, futbolistas, entrenadores y árbitros, y quieren vernos en más de doscientos países. A todos.
El hecho de contar con los clubes más grandes del mundo debería hacernos sentir el orgullo de pertenencia a un campeonato que provoca admiración en el resto del planeta. Podemos disfrutarlo, con sus defectos, que pertenecen a las circunstancias de nuestro país. Jamás organizaremos la Premier porque no somos Inglaterra sino España y gozamos de ciertas especificidades. A mi juicio, sí tenemos la mejor Liga del mundo. La mejor y la nuestra.
No me importa quién gane ni quien se clasifique para jugar competiciones internacionales ni quién descienda o ascienda; o tal vez sí, porque tengo orígenes, recuerdos, sentimientos, afectos y amistades, y me gusta que ganen. No aspiro a ser sentimentalmente imparcial sino emocionado y emocionante. Por todo ello, me ilusiona que empiece ya esta bellísima competición que nació en 1929 y que, aunque mayor en edad, anda lejos de sentirse vieja. Me preparo a gozar de un invierno lleno de sensaciones. La Liga es, como canta Serrat, esa sombra, que se tumba a tu lado en la
alfombra, a la orilla de la chimenea…