La sociedad necesita modelos que sirvan de guía para las jóvenes generaciones. En medio de una insoportable crisis de valores, de un peligroso debilitamiento de la perfección profesional y de la educación en las relaciones humanas, abocados a una sima ética, andamos escasos de referencias que alumbren el camino.
Desde que era un niño, Rafa Nadal fue preparado para el trabajo, el sacrificio, la discreción y la humildad. Los entrenamientos de un preadolescente no se televisan, implican un alto grado de sufrimiento y se enmarcan en la educación de unos padres, de una familia, capaz de crear los hábitos saludables que favorecen el crecimiento de un hombre de pies a cabeza. Ha sido educado para vivir como vive. Es una persona especial.
No nació estrella. Lo consiguió entrenando y trabajando mientras otros chicos de su edad disfrutaban de diferentes placeres de la vida. El placer de Rafa era alcanzar el sueño de ser el número uno en el tenis y en su vida cotidiana, sencilla, discreta y familiar. Y, así, consiguió una calidad técnica y táctica y un poderío físico dignos de alabanza y reconocimiento. Trabajó los aspectos del tenis que necesitaba para triunfar.
El resto, la fuerza de voluntad, la capacidad de sacrificio, la humildad, la inteligencia, la capacidad para analizar y razonar sobre la marcha, mecanizar sus reacciones, dar prioridad a la sensatez y a la solidaridad, aportar su infinita generosidad, tienen su origen en la educación. Rafa es ejemplo de cualidades que deben ponerse en práctica y un privilegio para nuestra sociedad, muy necesitada de la educación y la ética que representa. Personaliza el amor a los demás.