Sin el deporte escolar, sin la estructura de los alevines, infantiles y juveniles, no hay deporte de élite. La fuente inagotable de la que manan de continuo las estrellas que lucen en el fútbol mundial comienza cualquier día dándole patadas a una pelota en el patio del colegio o en cualquier calle de cualquier ciudad.
Hace pocos días que Villagarcía de Arosa concitó la atención del mundo del fútbol internacional. Tottenham, River, Boca, Real Madrid, Milán, Inter… todos niños de catorce años. La mano sabia y generosa de Manolo Diz y un amplio y altruista equipo de colaboradores ha sido capaz de atraer a esta pequeña población de Galicia a lo más florido del fútbol base del mundo entero. Los niños aportan la ilusión por el triunfo y la fuerza de la edad que tira en un solo sentido. Los mayores, las grandes figuras de hoy, han sido, antes que nada, niños.
Los niños reflejan mejor que nadie el sentimiento ante la derrota o el triunfo, aceptan la alegría o la frustración por el resultado y, por lo tanto, debemos reflexionar decididamente sobre la figura de los educadores. Cuando nadie mira para abajo, nos hallamos ante una situación real como la vida misma: el futuro está en manos de los educadores. La cantera, y el futuro del espectáculo, reside en sus manos y en la importancia que ellos le den a la actividad deportiva. Por eso, cobran especial importancia las iniciativas como la competición de Arosa ya que nos muestran el camino adecuado. Sin Arosa, no habrá mañana un Fran, un Raúl, un Xavi, un Borja Oubiña, un Mazinho, un Mauro, un Maradona…
La clave está en la base. En los colegios e institutos, en los barrios, en los pueblos, es decir, en los pequeños ayuntamientos y en todas aquellas personas que, como Manolo Diz, convierten el esfuerzo cotidiano en el orgullo de la tierra y en el futuro del fútbol. El éxito depende de gente tan sencilla como desconocida. Por eso conviene que los cuidemos mucho. Muchísimo.